martes, 11 de enero de 2011

Esto siempre ocurre.

–La semana pasada fui a visitar a un amigo que vive solo en las montañas, cerca de la frontera con Francia; alguien que ado­ra los placeres de la vida y que más de una vez ha afirmado que toda la sabiduría que dicen que posee le viene justamente del hecho de aprovechar cada momento.
»Desde el principio, a mi marido no le gustó la idea: sabía quién era él, que su pasatiempo favorito es cazar pájaros y sedu­cir mujeres. Pero yo necesitaba hablar con ese amigo, estaba pa­sando por un momento de crisis en el que sólo él podía ayudar­me. Mi marido sugirió un psicólogo, un viaje, discutimos, nos peleamos, pero a pesar de todas las presiones en casa, hice el viaje. Mi amigo fue a buscarme al aeropuerto, hablamos por la tarde, cenamos, bebimos, hablamos un poco más y me acosté. Me desperté al día siguiente, anduvimos por la región y volvió a dejarme en el aeropuerto.
»En cuanto llegué a casa, empezaron las preguntas. ¿Estaba solo? Sí. ¿Ninguna novia con él? No. ¿Bebisteis? Bebimos. ¿Por qué no quieres hablar del tema? ¡Pero si estoy hablando del tema! Estabais solos en una casa que da a las montañas, un escenario romántico, ¿no es cierto? Sí. Y aun así, ¿no ocurrió nada aparte de la conversación? No pasó nada. ¿Piensas que me lo creo? ¿Por qué no ibas a creerlo? Porque va en contra de la naturaleza humana: un hombre y una mujer, si están juntos, si beben juntos, si comparten cosas íntimas, ¡acaban en la cama!
»Estoy de acuerdo con mi marido. Va en contra de lo que nos han enseñado. Jamás creerá la historia que le he contado, pero es la pura verdad. Desde entonces, nuestra vida se ha con­vertido en un pequeño infierno. Pasará, pero es un sufrimiento inútil, un sufrimiento por culpa de lo que nos han contado: un hombre y una mujer que se admiran, cuando las circunstancias lo permiten, acaban en la cama.

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